Festivales

Un año más, Eurovisión ya está aquí. La sexagésimo novena edición del festival, en Basilea, Suiza, empieza el 11 de mayo, con el desfile de las diferentes delegaciones por la alfombra turquesa, y concluirá el sábado 17, cuando se conocerá al nuevo vencedor del certamen.
El Festival de la Canción de Eurovisión fue concebido en el marco de una Europa en proceso de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Su promotor fue Marcel Bezençon, presidente de la Unión Europea de Radiofusión (UER), tomando como modelo el Festival de San Remo.
Celebrado anualmente desde 1956, se trata de la competición televisiva más longeva del mundo, con grandes cotas de audiencia internacional y variedad de estilos musicales.
Desde sus inicios se han producido cambios en el formato, pero los principios básicos se mantienen inalterables: los países participantes presentan sus canciones en un programa de televisión en directo, emitido simultáneamente, tras lo cual un jurado emite sus votaciones. Al año siguiente, el ganador tiene el honor de ser el anfitrión de la competición.
Identidad europea y nacional
Por sus características, este certamen se convierte en una representación simbólica de Europa como un bloque unido, fomentando el sentimiento de pertenencia. Prueba de esa unidad son algunas de las frases clásicas que se escuchan en el mismo: “Good evening, Europe!” o “Europe, start voting now” (“Buenas noches, Europa”, o “Europa, empieza a votar ahora”).
Igualmente, este deseo de pertenencia se promueve gracias a los diferentes eslóganes del certamen: “Under the same sky”, “Confluence of sound”, “We are one”, “Building bridges”, “Come together”, “Celebrate diversity”, “All aboard” (“Bajo el mismo cielo”, “Confluencia de sonidos”, “Somos uno”, “Tendiendo puentes”, “Unámonos”, “Celebremos la diversidad”, “Todos a bordo”)…
El festival sirve de plataforma para la promoción de los diferentes países participantes, y, muy especialmente, la del país anfitrión, igual que hacían las exposiciones universales del siglo XIX. Esto se aprecia especialmente en el diseño de los escenarios, imagen corporativa, avances audiovisuales, etc., siempre a la vanguardia. Las actuaciones, además, incorporan elementos musicales típicos del folclore de cada país, lo que queda patente en el uso de vestimentas tradicionales, danzas e instrumentos musicales.
Por otro lado, si bien en un principio era obligatorio cantar en alguno de los idiomas oficiales del país, la norma se anuló temporalmente entre 1973-1977 (periodo en el que triunfó el grupo sueco ABBA con la canción Waterloo), y definitivamente a partir de 1999.
Y aunque predomina el inglés, varios países emplean su propia lengua de forma preferente (entre otros, España, Francia, Italia o Portugal). Se ha cantado incluso en idiomas inventados, como hizo Bélgica en 2003 con la canción Sanomi, que logró un segundo puesto.
Algunos clásicos recurrentes
En 1969, tras el triunfo de Massiel con La, la, la el año anterior, el festival se organizó en Madrid. Y, sorprendentemente, hubo un cuádruple empate entre Salomé con Vivo cantando (España), Lulu con Boom Bang-a-Bang (Reino Unido), Lenny Kuhr con De troubadour (Países Bajos) y Frida Boccara con Un jour, un enfant (Francia).
Por ello, varios países decidieron boicotear el concurso y no acudir a la edición siguiente, que se celebró en Ámsterdam, a modo de protesta. Para completar el tiempo previsto de la transmisión, los organizadores se vieron obligados a incluir un breve videoclip mostrando al cantante y algunos lugares del país que representaba. Así nacían las “tarjetas postales”.
Desde entonces, se han convertido en un elemento tradicional de la retransmisión, aunque con variaciones: en ocasiones se promociona el país anfitrión, y otros años se muestra el país de origen de los cantantes. Lo que es indudable es su practicidad, porque permiten a los organizadores cambiar el escenario entre las diferentes actuaciones.
La política entra en escena
Otro elemento habitual es el desfile de banderas y participantes que inicia el festival. Este año, los concursantes, si quieren alzar alguna bandera, solo podrán hacerlo con la del país al que representan.
Aunque en Eurovisión están prohibidos los mensajes políticos, ofensivos o discriminatorios, se puede hablar del carácter politizado del festival. Esto queda especialmente patente en las votaciones finales, en las que se reparten los puntos entre países por afinidad cultural.
También los conflictos bélicos han estado presentes en el certamen. Un ejemplo de ello sería la expulsión de Rusia y la aplastante victoria de Ucrania en 2022, tras ser invadida por Rusia.
Las tensiones políticas también quedan patentes actualmente con la participación de Israel, que se mantiene aunque es muy criticada.

No obstante, en Eurovisión también se busca promover la paz y la unidad. Así se pueden analizar la victoria de Nicole (Alemania, 1982) con su canción Ein bisschen Frieden (“Un poco de paz”) durante la guerra de las Malvinas o la de Toto Cotugno (Italia, 1990) con el tema Insieme: 1992 (“Juntos: 1992”), en vísperas de la firma del Tratado de la Unión Europea.
Orientación e identidad sexual
Por ser un festival abierto, moderno y tolerante, Eurovisión se ha conformado como un auténtico icono para la comunidad LGTBI+. Algunas de las canciones han sido reivindicadas como propias por el público queer.
La victoria de Dana Internacional, primera ganadora transexual del festival (Israel, 1998), marcó un punto de inflexión. La siguieron los triunfos de Marija Šerifović (Serbia, 2007), Conchita Wurst (Austria, 2014), y Nemo (Suiza, 2024).
Son muchos los cantantes eurovisivos que han hecho pública su orientación sexual. Oficialmente, el primer ganador del festival declarado gay públicamente fue el islandés Paul Oscar (1997). Sin embargo, ya en 1961 había ganado Jean-Claude Pascal (con la canción Nous Les Amoureux, dedicada de forma encriptada a una pareja del mismo sexo), aunque no declaró su homosexualidad hasta muchos años después.
Del mismo modo podemos referir las actuaciones drag de cantantes como Ketil Stokkan (Noruega, 1990), el grupo Samo Ljubezen (Eslovenia, 2002), Drama Queen (Dinamarca, 2007) o Verka Serduchka (Ucrania, 2007).
En este grupo también se podría incluir la controvertida actuación de t.A.T.u. (Rusia, 2003), cuyas cantantes fingieron ser una pareja lesbiana, o el beso final en directo entre dos mujeres en la actuación de Krista Siegfrids (Finlandia, 2013).
El vestuario ha servido también como elemento para identificar –o transgredir– el género. En los primeros años predominaba el traje para los hombres y falda larga para las mujeres. A partir de los 60-70 se hizo frecuente que las mujeres usaran pantalones, e incluso que se encontrasen dúos ataviados con un traje unisex.
Tras la victoria del cuarteto británico Bucks Fizz en 1981, los cambios de vestuario durante las actuaciones se hicieron recurrentes. En este sentido destaca la letona Marie N, ganadora en Tallin (2002), que progresivamente sustituía su traje de hombre por un vestido de mujer.
Este abrazo al colectivo LGTBI ha supuesto, sin embargo, que determinados países hayan dejado de participar. Aunque Turquía abandonó Eurovisión en 2013 en protesta por el Big Five (los cinco países que europeos que más financiación aportan a la UER y que, por tanto, pasan directamente a la final del concurso), posteriormente alegó que Eurovisión “se había desviado de sus valores”, en alusión al triunfo de Conchita Wurst. También Rusia intentó abandonar el festival tras la victoria de Wurst, antes de ser expulsada en 2022.
A pesar de estos casos, y tras este viaje por las identidades individuales y colectivas que Eurovisión promueve y acoge, merece la pena concluir recordando el actual lema de Eurovisión: “United by music” (“Unidos por la música”).
José Manuel Almansa Moreno, Catedrático de Historia del Arte del Departamento de Patrimonio Histórico, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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